El fútbol

Por suerte, todavía aparece en las canchas, aunque sea muy de vez en cuando, algún descarado carasucia que se sale del libreto y comete el disparate de gambetear a todo el equipo rival, y al juez, y al público de las tribunas, por el puro goce del cuerpo que se lanza a la prohibida aventura de la libertad (Eduardo Galeano).

lunes, 5 de septiembre de 2011

Relato de un héroe


Después del ruido de un disparo o de una bomba, la explosión de la cámara de una pelota de fútbol es aquel que causa mayor impacto al corazón de una persona. Así de visceral y cruel nos resulta cuando aquello que era redondo deja de serlo, para parecerse más a una ovalada pelota de rugby que ningún uso tiene para los que pateábamos a ras del suelo durante horas y horas de las tardes de infantiles de verano.

Ayer, mientras volvía de trabajar -justo en el horario en que antes, en aquellos tiempos felices, le dedicábamos con mis amigos del barrio a jugar al "25" o al "Metegol"- tuve una ambivalente sensación: Eran las 15hs cuando tuve que presionar bruscamente el pedal del freno del auto para no pisar a... una pelota de fútbol.


Lo de ambivalente, claramente se refiere a que, por un lado, si no hubiese tomado la decisión de poner mi auto en la peligrosa cornisa de pisar el freno de manera áspera, hubiera cometido el peor pecado de todos, que tiene un doble significado para quien lo sufre: pisar una pelota -el mejor juguete que todo pequeño hombre puede tener- y producirle la misma sensación que yo tenía cuando pasaba lo mismo, hace 10, 15 o hasta 20 años atrás, que sin dudas era de las peores decepciones que podía conocer un hombre de esa edad. Sin discusión.

Pero por otro lado, una vez que logré detener la marcha del auto hasta llegar a los 0 kilómetros por hora, y al ver la expresión de satisfacción en aquel pequeño que en uno de esos yerros que todos tuvimos mientras peloteábamos contra la pared produjo que la pelota llegue al terreno prohibido del asfalto, mi sensación fue de júbilo. Quizá tan de regocijo como la de él, el auténtico protagonista.


Sé por experiencia propia que su corazón latió aliviado al fin, luego de algunos segundos de gangrena, y a razón de su alivio el mío también. Había evitado convertirme en uno de esos criminales de mi infancia, a los que poco les importaba si mis tardes de alegría terminaban hasta conseguir alguna nueva pelota. Había evitado convertirme en uno de esos homicidas de la felicidad, que envenenados por su exigua inocencia y sus obligaciones de grandes, atentaban contra mis ilusiones de futbolista profesional en aquellos juegos amateurs que sólo los bienaventurados entendíamos.

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